Ojos de exilio, en el dique seco
de un asilo, inalcanzables trenes,
silencio de botellas y cartas.
La calabaza seca de los años,
en una alcoba, donde la luz
hiere el celofán de los recuerdos.
Niños con su disfraz de adultos,
perdido su navío de lápices,
el cascabel de su sonrisa,
entre herramientas, grasa
y horas aplastadas como moscas.
El pan inalcanzable, en una choza
de hojalata, el agua cenagosa,
las manos cuarteadas de la miseria.
La flor de un hematoma
tatuada en la piel sumisa,
lo cotidiano del dolor en cada herida.
La luz dormida en un fichero,
con un rastro de hormigas,
de encanecidos nombres
vertidos mudos en la tinta.
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