Flor de un día
Se abre carnoso el nardo
en la línea pura de unos labios,
desciende por la perilla pintada
al carbón como los bosques;
me alejo, el recuerdo es sombra
cosida a los talones.
La flor de otra estación
es una campanilla, se asoma
a la sonrisa de un rostro afeitado;
suma de huellas en mis caderas,
en el ala del sombrero.
Nada habita para siempre, salvo,
las raíces enredadas en el pelo,
el hilo extendido de unos nombres,
aquello que nos devuelve el viento.
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