LA FORTALEZA
Alrededor el mar, navíos, gaviotas,
pinceladas azules lo abarcan todo.
Rotación de planetas, vientos, estaciones.
Fortuna y adversidad van turnando la suerte.
Tesoros cubiertos de arena, algas y sal
en un espacio de mudo reposo.
Serena te alzas en el promontorio,
investida de dignidad, lejana o íntima,
gravita tu sombra poderosa en la isla.
El pulso del destino dicta tu humor,
solícita o cerrada como una concha,
aliento o muro de contención
para quien arriba a tu corazón de argamasa,
al centro de tu pétrea estatura.
Pesa la memoria dilatada, no sólo,
de yelmos y espadas reunidas,
el azar barajó con un aire salobre
intrigas, nombramientos, amoríos.
Un desolado páramo se filtra
por las heridas de tu alma
- quebrada arcilla, hendidura -
tanta cicatriz es hoy, línea de ocaso,
grito rebelde sobre un trazo de agua,
leve temblor de aves pasajeras.
Aún surge el vigor de las profundas grietas,
vibran los cimientos como ocultas raíces,
naufragio de tercos recuerdos
arrastra la marea a otras orillas.
La reflexión te imprime un sello de ausencia,
mascarón en la niebla, difuminados contornos.
Alguna losa es el pobre vestigio
del rastro neblinoso de la sangre.
En las profundidades acuosas
podridos arcones, piezas de oro,
regios tafetanes y vaporosas sedas,
que un día poblaron tus salones
bajo la inquieta luz de macizos candelabros.
Hoy resuena fuerte el eco en las estancias,
tristes, desnudas, mendigando ausencias,
un velo de polvo lo cubre todo.
Simulas ser en la distancia
otra Afrodita nacida del útero marino,
una leyenda que las mareas relatan
y esparcen por otras tierras los albatros.