Desde
el pescante de la tarde contemplamos
ese rubor del cielo en
tonos malva
en contraste con la
campiña, los alcores.
Fogonazos amarillos
sobre la cal
antes de que Helios se
oculte tras los cerros
y en las albercas
tiemblen las estrellas.
Bajan en peregrinaje
desigual
bestias y amantes a
calmar su sed
en las aguas rotundas
de las sombras.
El pulso de las luces
en desmayo
hilvana la penumbra lentamente.
Azulean los cuerpos en
el tul de los sueños,
las veletas traen
viento de levante,
cruzan ante la luna las
lechuzas.
Retornamos al pueblo de
la mano,
es frío el plenilunio,
llegan nubes
que inquietan a los
perros amarrados.
El rocío, membrana
transparente,
para cubrir las cosas
de misterio.
Ya cabalga por el este
la aurora.
Mira
como
nos crecen amapolas
en la lengua, los
labios, las mejillas,
aunque afile el otoño
sus cuchillos
y nos cubra la piel de
cicatrices.
Se cierran las heridas
beso a beso,
son bálsamo, cauterio,
ya no sangran
y por los poros
transpira el presente,
los relojes son ciegos
al futuro.
Atrévete conmigo en
esta danza
que roba unos segundos
más al tiempo,
es un libar de abejas
cada dicha
aunque dure tan solo
unos instantes.