Tras el lienzo vaporoso de la noche
brillan deseos como afilados cuchillos,
copas a medio consumir como las horas,
entre islotes de hielo opacas luces,
el polvo blanco de artificiales mariposas
envuelve en neblina las pupilas.
Regresa a la casa, las manos sudorosas,
un regusto pastoso en los labios,
el pulso va cediendo como motor cansado,
nadie le aguarda, alrededor silencio.
Con retenidas lágrimas mira a lo lejos
la inmóvil veleta de los perdidos sueños.
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