Aún la lumbre :: Desde mi ventana
Reseña de Elena Marqués.
DESDE MI VENTANA
Aún la lumbre
12.01.2015 20:49
Bajo el breve y hogareño sintagma Aún
la lumbre que da título al libro María José Collado nos ofrece un
conjunto de poemas tan iluminados en su contenido como sencillos en su factura;
láminas de un amable claroscuro para leer y disfrutar en la íntima soledad de
los momentos únicos.
Precedido por un hermoso (y también
poético) prólogo de José María Laguna, el volumen se nos presenta con esa
música particularmente suave y melancólica que ella es capaz de definir en uno
de sus poemas más breves («Un sonido espiral,/ un latido de leche, un discurso
de flecha, en las cuerdas del aire.») con el virtuosismo de los maestros; todo
un acierto de sinestesias que se extiende a la impresión del color de los
distintos momentos del día y de las estaciones del año como si, cual pintor de
paisajes, se resistiera a dejar huir la eternidad.
Los poemas de María José son gotas
exactas de observación y sabiduría. Sus ojos recorren la ciudad y se detienen
en los rincones y en los hombres para devolvernos el
espectáculo de las cosas pequeñas, las únicas verdaderamente grandes. Y, aunque
parecen tristes y nostálgicos; aunque a veces se recreen en un pasado ya muerto
o en instantáneas de apariencia deshumanizada cubiertas por la niebla y la
grisura («Silencio en blanco y negro,/ fotográfico, congelada huella/ de luz,
recinto del instante»); aunque el ritmo sea lento y se detenga con la pesada
quietud del mediodía («El ancla de la siesta/ aprueba el murmullo/ indolente de
los ventiladores»), nos regalan un remanso de paz donde la ausencia de sonidos
se erige como la mejor compañía para conocer y conocerse y la memoria cobra el
protagonismo necesario para que la lumbre perdure.
Es raro el poema donde esta no se
haga presente con sus tonos cambiantes, desde la «luz extinguida» de Ámbitos a
la tarde «impregnada de oro viejo» o fieramente «Encendida»; desde las «sombras
chinescas» de La niñez del aire a las «tenues luces de ámbar»
de un café, refugio de la lluvia.
Y, junto a la luz, los pájaros
planean o se convierten en base de sus símiles y metáforas («fotogramas sueltos
como de alas») en el espacio de una verdura húmeda de naturaleza humilde y
olvidada o de parque romántico («hebras de verdín rodean las estatuas») que, irremediablemente,
también nos entristecen.
Porque, querámoslo o no, el frío se
apodera de nosotros y el transcurrir de las horas nos abate como una losa
(«Conspira el tiempo en el sendero»). Por eso quizás María José Collado no
puede evitar volver la vista atrás en varias ocasiones, revolver en el Trastero de
los recuerdos infantiles o regalarnos alguna Acuarela que nos
encamine a sus Vacaciones, uno de sus poemas más amables y
luminosos y precisamente con el que cierra el libro.
Dejarse mecer por la voz de María
José es toda una experiencia. Sus susurros, su cauce sosegado de palabras, nos
hacen arrimarnos a su lumbre y sentirnos arropados en su amistosa intimidad,
como si lo que nos contara se dirigiera exclusivamente a cada uno de nosotros:
los mismos que subimos a su Autobús «Con la cinta adhesiva del
sueño/ a medio despegar», que protagonizamos su poema Huida sin
resistirnos a su exactitud de espejo y sufrimos enormemente al llegar al Final
del trayecto.
Afortunadamente, estamos seguros de
que a este viaje le quedan muchas estaciones y que María José Collado aún se
reserva hermosos versos de música, luz y vuelo para arroparnos en esos otros
fríos inviernos que estarán por llegar. Los aguardaremos, pues, esperanzados
junto a la lumbre.
Elena Marqués
2 comentarios:
Mis más sinceras felicitaciones por conseguir reseñas como esta, provocadas por la sensibilidad de tu poesía.
Un abrazo
Mi enhorabuena por tu libro. Te deseo la mayor de las suertes en su trayecto. Un abrazo
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