Plasticidad y elegancia
JESÚS CÁRDENAS
María José Collado
Pájaros de cristal en
el jardín de invierno
Ediciones En Huida,
2017.
La plasticidad y la
elegancia son las dos marcas que componen el discurso poético de María José
Collado. Una voz que nos transmite el sosiego y la calma y que, de alguna
manera, nos prepara para vivir. Completa nuestra desazón y la urgencia por
vivir, pues provoca que hagamos una pausa tras oírla. Su poesía respira para
que respiremos, sosegadamente; transmite esa paz. Después de siete poemarios,
llega a su madurez poética con Pájaros de cristal en el jardín de invierno,
volumen número 84 del sello Ediciones En Huida, dentro de la Colección Poesía
En Tránsito. Esta entrega lírica guarda en común cierta segunda parte, «Sumergido
alfabeto», está imaginería plástica con tres grandes libros de poemas
publicados anteriormente: Bruñidas sombras (2012), Aún la lumbre (2014) o el
breve Centinelas del frío (2015). La autora jerezana afincada en Sevilla vuelve
a crear un conjunto de poemas, pleno de emociones, con raíces hundidas en la
experiencia de vivir. Raro es el poema de esta poeta que no contenga una carga
sensorial que provoque una imagen definida en el lector. Alcanza una cota este
libro con res- pecto a los anteriores, pues, como bien señala la escritora Elena
Marqués en el prólogo, puede verse a Collado «aún más certera en la desnudez de
la forma, más exacta en el término y la imagen». Es en su voz rotunda,
paradójicamente, donde encontramos, entre líneas, algunas de sus fuentes: al
Gamoneda más intenso en imágenes, al Basallote más luminoso, a los hallazgos
más intuitivos de Concha García. El título nos transmite el efecto de la onda
en el mar, la calma invernal; una quietud presente en la naturaleza y revelada,
aquí, con su canto. Nos traspasa la imagen del tiempo suspendido, aunque, en
realidad, las aves, como las hojas que revolotean, cuando terminan por verse
reflejadas en el agua, muertas, terminan por deshacerse. El libro está
conformado por dos partes más o menos regulares: la primera, «Cada instante, un
pájaro», contiene veintiún poemas, entre los cuales figura el primer poema
homónimo al título, como sucede en muchos de los discos, lo que crea un fuerte
vínculo unitario. Imposible resistirse a no enunciar el primer verso, pura
melodía (Cae la última nieve, cruje), y los tres finales («las águilas de
cristal / flanqueando de cuarzo la fría escalinata, / memorial del invierno»).
Lo mismo sucede con el poema titulado «Un reflejo de pájaros en aguas turbias»,
pues aparece en uno de los versos también. Así desde el interior de un verso
nace el poema en torno al cual gira el título; un juego textual que llega al
lector. El poema tiene una belleza que logra la emoción; sólo, por dejar con la
miel en los labios, recogemos los últimos versos: «Un reflejo de pájaros en
aguas turbias, / la luna asoma como una moneda / entre los pétalos de los
nenúfares». Tras esta emoción de idea e imagen, la segunda parte, «Sumergido
alfabeto» está compuesta por veintisiete poemas colocados en orden alfabético,
salvo el último. Lo curioso de esta segunda parte es que los poemas están
encabezados por una letra que ejerce de título pero que se nos muestra en el
índice, como se completa, por ejemplo, el del penúltimo, que lleva como título
«Z», la Z es «Zafiro, la tarde en la ventana»; lo que supone, entre otros
tantos, un guiño al lector como una forma activa de escucha y, por extensión,
de re-creación. La captación de una naturaleza huidiza ante la ferocidad del
tiempo es visible en todo el imaginario del primer apartado, que, por otro lado,
forma parte reconocible de Collado. Así, aparecen: las hojas, el sol, la
lluvia, la luz, el agua, los pájaros; y enfrente: lo oscuro, la sombra y la
niebla, que transmite el paso de las estaciones. La niebla produce, en
ocasiones, cierta desazón porque no sabemos si es real o forma parte del sueño,
ese sueño capaz de evocar imágenes en nosotros bajo la antorcha mágica del
verso. Así pues, ante el asombro y la perplejidad de lo real, la poeta propone
ver el mundo con una mirada limpia y nueva, en un intento por re-descubrirlo.
Collado necesita ver que todo sigue donde estuvo, en su sitio, «To see if time was there», como diría la poeta
estadounidense, Emily Dickinson en el poema «Storm». Es empeño de la poeta
trazar puentes, borrar distancias entre un tiempo y otro, como se evidencia en
el título del segundo poema, «El tiempo cruza un puente», o la alusión en el
poema «B», «En el puente se encoleriza el aire», pero no es fácil formularlo,
por el daño feroz del tiempo, así van cayendo las estaciones, sobre todo, el
invierno, los meses, los días, sus partes y hasta las horas incluso, en ambas
partes, en uno y otro apartado del libro. Por eso, Collado admite «quisiera
reencontrarme en la palabra», porque es la luz de la memoria, el trazo que une
ambas orillas: la del pasado (la infancia, el tiempo de «esteras de esparto»)
conectando con el presente; o viceversa,
como si de un ciclo se tratase. Ese esfuerzo por hallar el vocablo preciso, en
ocasiones, inefable, leemos en el poema «Mensajes»: «Simbólico lenguaje entre
dos reinos/ metáforas que cruzan la conciencia/ con un hilo de luz si
comprendemos». Lo mismo que cruza en un puente, cruza paisajes o tramos horarios en ese tren que recorre las
distancias del antes y del ahora, en imágenes capturadas con una cámara
(«Cuando es un lento tranvía la tarde», en «Fundido calle ramas quebradas»), a
los que no consiguen abajo»; o «un tren cargado de maletas hacia el norte», en
«Viejas fotografías»). Decía el semiólogo francés Roland Barthes que el
«efecto» es una impresión general que el poema produce. María José Collado es
también creadora de poemas visuales, tal vez, por ello, el efecto se explicita
en las imágenes de estos versos: concentradas no sólo en la mirada («la
tonalidad blanco azulada», «la nieve», «el horizonte», etc.), sino también en
el olfato («huele a magnolias», «lirios que aroman», «aroma leve de narcisos en
flor»), que afecta a realidades concretas, reinauguradas, y también las que son
abstractas o inertes, son humanizadas. Como escribe Elena Marqués, en otro
lugar del prólogo, refriéndose a las ciudades: «todo cobra vida y se humaniza».
Del mismo modo, los poemas producen un efecto en su lectura. Efecto también
entre la mirada interior y exterior, destacando por su abundante uso, el
adverbio «fuera». El mundo es visto por el sujeto poético a través de un
cristal. Desde el interior de la casa a fuera. Pero los lugares cambian y no se
reconocen («Ha cambiado el perfil de las ciudades», se lee en el poema «U»),
pues el tiempo hace de las suyas («ha dejado su marca de fuego»), de ahí que
cause perplejidad («es una flor de asombro la mañana», en «Viaje»). El espacio
necesita habitarse aunque cueste reconocer y reconocerse (desde la casa hasta
la habitación), como se lee en el poema «B, cuyo complemento viene perfecto en
la cita elegida de Toni Montesinos Gilbert («Las calles perecen por mis pasos /
que avanzan sin mirar lo que se extingue»: Difícil es reconocerse, / unir todos
los trozos y salir indemne / cuando avanza el invierno / como una fiera y te
persigue.» La consecuencia de tanta concreción, hace que, necesariamente, el
sujeto tome conciencia del mundo. A este respecto comentaba la autora jerezana
en una entrevista que «la palabra se hace oír, no todos escuchan». Esta creencia en
que la poesía es capaz de arrancar en el lector un efecto, como el tomar
conciencia ante cualquier injusticia, puede verse en el poema dedicado al
sufrimiento de los emigrantes en el poema «Q» («Quedan por los caminos / como
ramas quebradas») a los que no consiguen llegar, en «R («y cuerpos blanquecinos
/ que aturden a los peces / llevados por las olas»), al planeta que ensuciamos
en «V» («neumáticos sin aire, / sobre un mar de plástico»), o en «D» donde se
muestra la miseria más cercana («en despobladas alacenas / y tiene el fuego
triste el ceño / al calentar la sopa aguada»). Es elegante la sonoridad de cada
uno de los poemas y en conjunto produce en el lector, que escucha, una hermosa
melodía, como esa «Nuvole Bianche» del compositor italiano Ludovico Einaudi.
Cada frase musical va enmarcando cada uno de los heptasílabos (endecasílabos,
alejandrinos y algunos pentasílabos) y se vuelve indeleble ahora en nuestra
memoria. El efecto, antes citado, se agudiza ahora en imágenes sonoras (el tren
que suena, el crujir de la nieve, el ruido de máquinas…), pero, sobre todo, la
musicalidad que produce los encabalgamientos, las distintas aliteraciones de
sonidos vocálicos y consonánticos, las bimembraciones, las anáforas y los
paralelismos, que hacen el verso más dulce, pero sin llegar al empacho. El
efecto se produce con el gorjeo de la combinación de las sílabas tónicas
dispuestas en combinación impecable. Contribuyen a la creación de la
sugerencia: las elipsis verbales y lo no dicho. Es entonces, cuando la
polisemia entra en juego. Uno de sus poetas de cabecera, el vejeriego Francisco
Basallote, a propósito de su reseña del libro publicado en 2014, Aún la lumbre,
ya destacaba de la autora la exaltada plasticidad de las imágenes en las ricas
metáforas» y más adelante concluía: «halla en el juego de las metáforas la
fórmula secreta de su poética, la música oculta, el misterio de su acceso a la
belleza, la magia de las palabras». Esto mismo puede aplicarse a Pájaros de
cristal en el jardín de invierno. María José Collado nos devuelve la alquimia
de otro tiempo, su emoción, la gris cotidianidad se transforma en deslumbrante
revelación al capturar el instante.
4 comentarios:
Gracias por volver unirse co las letras es maravilloso
A esta unión, creo, solo es capaz de separarla la muerte. Abrazo azul.
Me ha encantado leer esta estupenda reseña, amiga. Sobre todo porque mientras disfrutaba de su lectura, sentía plena comunión con el autor: en verdad, te hace justicia. Tu elegante discurso poético es de mucho merecer.
Admirado de tu obra, te abrazo y presento mis mejores votos!
Amigo José, Jesús es profesor, poeta y crítico. La reseña es realmente hermosa y me ha hecho muy feliz, espero estar a la altura. Un gran abrazo.
Publicar un comentario