Era la ciudad con sus luces prestadas,
un escaparate de tentaciones,
la lámpara encendida de una fiesta,
un sol de cera, etiquetas, bombones.
El lagarto del frío, un muro de sombras,
a un lado, doradas constelaciones
de bailes con orquestas, caviar y vino,
al otro, una trémula luz, la sopa,
las bufandas benéficas ululando,
la repetida música de una gotera.
Una nuez partida, su cáscara vieja,
el resplandor cegador y las tinieblas,
lana virgen y voluptuosa seda,
esteras de periódicos y cenizas.
En el muro nosotros sin testigos,
espectadores o estafermos grises,
con un silencio pendular sin nombre.
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