con un balanceo lánguido y monótono.
En el lavadero lleno de trastos viejos
habitan muñecos resignados
a la inmovilidad, al frío trato,
indiferentes a los adultos que plegaron
su infancia en el fondo de un armario.
Un cactus casi ciego en la penumbra
de un húmedo rellano de escalera
parece tejer con su pelusa la trama
de horas grávidas y soñolientas.
Al traspasar la puerta acuden
como fieles perros los recuerdos,
los ojos sin párpados de las ventanas
atraen a las palomas y a los gatos.
Sólo en el corazón permanece
su esplendor de antaño,
aquello que fue antes de su ceniza.
Con un recuerdo especial para Manuel Carrasco
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