Parece que ha caído el invierno en la plaza
como una enorme zarpa.
Un cinturón de hogueras profana la armonía,
la extirpa igual que otro hierbajo.
A golpes de culata la estatua va cediendo
su cuerpo desmembrado.
La altiva cabeza rodante, un grito,
en la mácula del barro.
Se alza un brazo de las llamas,
es signo de advertencia o absolución tardía.
Arrastran su blanco torso hacia los arbustos,
duelo mudo entre pisoteadas margaritas.
Arrojadas las piernas en la fuente parecen,
a través de la profundidad acuosa y de los líquenes,
confusos e inmóviles albures.
La luna clava su luz de cobre
-dentellada luminosa entre las ruinas-.
Un caudal de rabia murmura tras las ramas,
mascarada ebria de sombríos uniformes.
2 comentarios:
Muchas veces me he sentido como una estatua a la que pierden el respeto,a la que ignoran sabiéndote ahí,(a una estatua;"Yo que resisto las negligencias de los cielos ahora me veo vencida por hermanos de quienes me nacieron").
Un placer leerte,saludos y un abrazo.
Si las estatuas hablasen,
otra sería la historia.
Un saludo
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