Era el calor el cobre
que cruzaba los párpados
inmersos en la claridad,
reminiscencia confusa
en la trabazón del sueño.
En escalinatas y balcones
derramada la lumbre incipiente,
venas abiertas de un río silencioso.
Las hojas tibias de los árboles
contagiadas del tímido labio
de la brisa, temblor de vida.
Una cuadrilla de limpieza
desaloja las huellas de la noche
en medio de un desafinado
ronroneo cotidiano de motores.
Recogemos la piedra de la rutina,
esparcimos la umbría de los bolsillos,
ajustamos la máscara a la costumbre
en el corazón de julio,
luz o espejismo navegante
por las arterias de la mañana
hacia el desagüe del compromiso.
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